viernes, 20 de febrero de 2009

Onetti, la derrota con gloria

"El viaje a la ficción" es el nuevo libro donde el peruano vuelve al ensayo para caer en picada sobre la obra del narrador uruguayo. En diálogo con Ñ, anticipa el análisis de sus personajes derrotados y de su mundo canallesco. En el reverso del pesimismo onettiano, Vargas ve el fulgor de una creatividad literaria que destaca como la más moderna del continente.

Hay ensayos suyos sobre va­rios escritores: Joan Mar­torell, García Márquez, Gustave Flaubert, ahora Onetti. ¿Qué le aporta esta intromisión li­teraria y vital en otros escritores?

Todos esos ensayos han nacido de mi entusiasmo de lector. No he escrito nunca ensayos literarios sobre autores que no me hubieran impresionado mucho, que no me hubieran provocado un gran pla­cer, de los que no haya aprendido muchas cosas. Y desde luego es el caso de Onetti. Lo descubrí en los años 60, cuando todavía era muy difícil conseguir sus obras porque circulaban en ediciones pequeñas. Me acuerdo mucho de la lectura de los primeros cuentos de Onetti que me impresionaron tremendamente. Enseguida recu­rrí a amigos uruguayos, a Angel Rama a Carlos Martínez Moreno para que me ayudaran a encontrar más libros. Yo creo que él fue un cuentista extraordinario, que hay por lo menos una media docena de cuentos de Onetti que son ver­daderas obras maestras. Siempre tenía la tentación de leer alguna vez todo Onetti de corrido, por­que siempre pensé que es uno de esos autores que cuando se lo lee en conjunto las partes se enrique­cen y el conjunto se enriquece con las partes. Y eso ocurrió gracias a un curso que dicté en Washing­ton, un semestre, con un grupo de estudiantes, la mitad latinoameri­canos y la mitad norteamericanos, que se entusiasmaron mucho con Onetti. Releí todo Onetti ahora sí de corrido, tomé muchas notas, me llené de fichas, y cuando ter­miné el curso me quedé con mu­cho material que, bueno, decidí convertirlo en este ensayo. Esa es la historia del libro.

Usted dice que no se dedica a hacer ensayos sobre escritores que no lo hayan impresionado o que no le hayan aportado. En el caso de Onetti, ¿qué es lo que más lo ha impresionado?

Varias cosas. Una, fundamental: creo, es uno de los primeros, sino el primer escritor de lengua espa­ñola, en hacer una literatura abso­lutamente moderna, una narrativa moderna. Desde luego, está Bor­ges, por ejemplo, que es un escri­tor absolutamente universal. Pero, para mí, antes que Onetti, no hay ninguno que utilice la técnica moderna narrativa como lo hace él, que además utiliza una prosa desligada de la prosa tradicional, convencional. Onetti inventa una prosa a partir de un lenguaje oral, una prosa que simula la oralidad. Y esto desde su primera novela, que hay que acordarse que es de los años 30 cuando lo que preva­lecía tanto en España como en América Latina era una narrativa muy costumbrista, con ecos de la estética modernista. Entonces, hay una verdadera revolución en estos textos que escribe Onetti, que reflejan clarísimamente lec­turas de los grandes narradores de su tiempo, desde Celine, Joyce..., después Faulkner, que tiene tan­ta influencia en él. Por otra parte, me impresiona mucho el mundo tan personal de Onetti; él crea un mundo de una gran autenticidad, desde luego sesgado hacia el pe­simismo, hacia una visión muy negativa de la condición humana, de las relaciones humanas.

Usted hace una introducción donde dice que "el hombre se humaniza cuando cuenta". Me lo imagino a Onetti en esa tribu pri­migenia. ¿Qué le cuenta Onetti a su tribu?

Creo que Onetti era uno de esos escritores en los que la imagina­ción nace de la autobiografía. Yo creo que él inventaba, fantaseaba, a partir de su experiencia de la vida. Y más que nada, quizá, de las limitaciones, frustraciones o vacíos que experimentaba en su manera de vivir. Había en él una curiosa contradicción: por una parte, era un hombre muy inteli­gente, era un hombre muy culto; por otra parte, era un hombre muy desvalido. Onetti era una persona, digamos, muy mal preparada pa­ra eso que se llama la lucha por vivir. Era un hombre que no hacía concesiones, tenía horror a lo que él llamaba hacer concesiones, a renunciar a ciertas convicciones, a ciertos principios para poder es­calar posiciones. Era algo que no solamente detestaba sino que no sabía hacerlo; o sea que en la vida real estaba condenado a ser siem­pre muy marginal, a tener una existencia más bien mediocre. Por otra parte, era una persona que sentía muy claramente qué había en él, tanto desde el punto de vista intelectual como moral, una jerar­quía respecto a tanta gente que lo rodeaba. Creo que de todo eso él hace literatura, es uno de esos es­critores que se vuelca, en lo mejor y en lo peor que tiene, en lo que escribe. Y por eso creo que toda la obra de Onetti tiene una auten­ticidad que también es bastante infrecuente. En él no había nada impostado.

Usted habla de esta especie de mundo suplente que se inventa para sobrevivir, algo que está muy patente en el cuento "Un sueño realizado”.

"Un sueño realizado" es uno de sus cuentos más bellos. Es una de sus pequeñas obras maestras. Por otra parte es muy interesante comprobar lo desligado que está, desde el punto de vista cultural, del medio que lo rodea. No hay muchos autores de este nivel que se puedan rastrear en una genea­logía latinoamericana.

Usted establece vinculaciones con Roberto Arlt.

Claro, Arlt es una de las excep­ciones, él le llegó a tener mucha simpatía y mucha admiración. Y sin ninguna duda hay una huella, aunque en Arlt era mucho más caótico todo, más espontáneo, más anárquico que en él. Pero hay una cierta huella en la visión un po­co apocalíptica de las cosas, de la vida. Pero en general es un autor que no responde para nada, desde el punto de vista intelectual, a su medio, no es un autor que se nutre sobre todo de lecturas extranjeras. Y con todo eso elabora un mundo muy propio.
En esta vinculación con Arlt, llama la atención esa cercanía que usted establece entre " Las fieras " y " El infierno tan temido”.

Es que en ambos aparecen extre­mos de crueldad, de maldad que, presentadas con menos talento li­terario, serían simplemente inve­rosímiles. Sería truculencia, sería algo hasta grotesco. "El infierno tan temido" es uno de los grandes cuentos de la literatura. El consi­gue mostrar algo que no sabemos definir muy bien: el mal, el pecado original, el instinto tanático. "Las fieras", y desde luego, en "El infier­no tan temido", que es un cuento que no sé cuántas veces he leído, me producen siempre una especie de terror metafísico. Uno descubre que también somos eso. Y es tam­bién absolutamente extraordinario que, al mismo tiempo, a todo eso se lo pueda llamar una historia de amor. Una historia de amor, diga­mos, retorcida, perversa, pero hay ahí una especie de entendimiento en esa pareja a través de esos ho­rrores que se hacen.

Hay en Onetti toda una gale­ría de derrotados radicales. ¿Ve puntos de contacto entre ellos?

Lo interesante, en el caso de Onetti, es que esos derrotados al final escapan a través de la fic­ción. Todos viven experiencias de derrota efectivamente radical en el mundo tal como es. A algu­nos eso los lleva a suicidarse –hay una gran cantidad de personajes suicidas en Onetti– pero los que no se suicidan, escapan por la fan­tasía. Se inventan mundos pura­mente imaginarios en los que se refugian y pueden sobrevivir. Y yo creo que ése es el origen de la ficción; creo que nosotros empeza­mos a inventar porque el mundo no nos resultaba suficiente. O nos resultaba hostil, no lo entendía­mos, o vivíamos como golpeados, atemorizados por él. Y entonces, al final encontramos esa fórmula, que era inventar otros mundos para vivir la ilusión del relato, del relato oral al principio, y después, el relato escrito, o filmado. A mí me parece que una de las origina­lidades de Onetti consiste en que prácticamente toda la obra de él muestra este proceso, en distintos individuos, hombres, mujeres, que después de vivir experiencias atroces de frustración, de derrota, pues se escapan a través de la fan­tasía. Es evidente que eso Onetti no lo pudo planear nunca, él no pudo saber nunca que iba a darle a su obra toda esa unidad, diríamos, orgánica, a través del tema de la ficción.

Supongo que cuando encaró la lectura de las obras completas de Onetti se sentía psíquicamen­te muy bien plantado.

(Risas). Bueno, claro, sí... Yo creo que es una de las razones por las cuales Onetti no ha sido más leído, a pesar de su enorme talento. Por­que claro, es un mundo que nos entristece, que nos desmoraliza. Pero al mismo tiempo, hay tanto talento que es posible pensar que el mundo no debe ser tan malo ni la negatividad tan profunda, cuan­do uno se dedica a escribir y lo ha­ce con tanta excelencia.

Rastrea usted las influencias de Celine y la de William Faulk­ner que son bastante identifi­cables. La de Joyce, ¿en qué la percibe?

El mundo de Joyce es de una compenetración total entre fondo y forma; una forma creada absolu­tamente para expresar ese mundo complejo, diverso, fragmentario, totalizante, donde lo exterior, lo interior, las conductas, las motiva­ciones, los actos y los sueños, se mezclan en una gran totalidad. Bueno, pues yo creo que es lo que hace Onetti dentro de su propia, digamos, realidad. Hay textos de Onetti donde es muy difícil saber si lo que está narrando o lo que estamos leyendo está ocurrien­do, o está simplemente siendo fantaseado por los personajes. En muchos casos, las fronteras se han eclipsado. Esa lección viene clarísimamente de Joyce. Joyce es el primero que hace eso.

Usted sabe que hay teorías psi­cologistas y feministas sobre la visión de Onetti de la mujer.

Me imagino que las feministas con Onetti no pueden estar muy contentas.

Critican sobre todo esa visión cosificada de la mujer ¿La suya cuál es?

El mundo de Onetti es un mun­do machista, desde luego pero donde los hombres por lo general son débiles. En "El infierno tan te­mido". ¿Quién es más temible, el periodista Risso o esa mujer, esa actriz? La actriz es la que concibe esa venganza, que al mismo tiem­po no se sabe si es una venganza o una búsqueda de recuperación con una frialdad mental y una amora­lidad que ningún hombre llega a superar. O sea que esas mujeres son mujeres también tremendas, son mujeres que tienen una capa­cidad de resistencia a la adversidad feroz. Pero es un mundo que se puede llamar machista, desde lue­go, no es un mundo igualitario.

¿Qué consuelo nos queda des­pués de leer a Onetti?

Nos queda el consuelo de la fic­ción. La obra de Onetti parece des­tinada a ilustrar cómo a través de la ficción, los seres humanos no solamente nos recompensamos de todo aquello que nos hace su­frir o nos desmoraliza en la vida, sino al mismo tiempo, vivimos más, enriquecemos nuestra ex­periencia, nos amamos, vivimos aventuras extraordinarias. Es de­cir, la función de la ficción no es solamente compensatoria, es tam­bién enriquecedora de la experien­cia, gracias a la ficción podemos hacer realidad apetitos, deseos, anhelos, que sin la ficción queda­rían siempre frustrados, porque jamás la vida de nadie va a estar a la altura de lo que son sus sueños y sus deseos. Creo que ése es un tema fundamental y por eso le he puesto al libro El viaje a la ficción, porque creo que ése es un tema recurrente en los cuentos como en las novelas.
Hay una suerte de desencuen­tro entre Onetti y el universo de lectores que se merece.
Absolutamente. Pero tengo la seguridad de que la obra de Onet­ti va a quedar. De pocos autores contemporáneos tengo la certeza de que va a sobrevivir a la terrible prueba del tiempo.
¿Le queda algún escritor para abordar, como ensayista?

El mundo está lleno de grandes autores sobre los que me gustaría escribir. Claro que sí. Pero bueno, no hay tiempo para hacer todos los proyectos que uno quisiera. Me gustaría escribir sobre Faulkner, que es el autor que más ha mar­cado su tiempo. También me gus­taría escribir sobre Conrad, que es otro autor que admiro enorme­mente. Y podría pasar mucho rato dándole una lista de autores sobre los que me gustaría escribir.

El Clarín. Revista Ñ. Sábado 9 de febrero del 2009.

"El chisme es una pasión limeña"

En un entretenido diálogo, el afamado escritor habla sobre su trabajo creativo, el mayor entretenimiento de los limeños y la cultura

Por Mariella Balbi

El Comercio publicará 15 obras suyas en edición popular, imagino que esto lo gratifica.

Hombre, pues sobre todo porque los libros llegarán a un público grande, que generalmente no va a librerías. Los libros van a salir mucho más baratos, es una manera de promover la lectura masiva. La idea es muy bonita.

¿Cuál de sus libros es el que jala más público?

Ah, bueno, esa es una pregunta interesante porque no es el mismo libro en todos los casos. En España, el que más éxito ha tenido es “Pantaleón y las visitadoras”, se reedita constantemente. En el resto del mundo que no es de lengua española, el más vendido es “La tía Julia y el escribidor”. Yo creí siempre que era un libro muy peruano porque las radionovelas que aparecen ahí aluden a una realidad, incluso ni siquiera peruana, sino limeña. Pero ha pasado muy bien las fronteras lingüísticas, creo que es el que tiene más traducciones. Y “Las travesuras de la niña mala” es el que más éxito ha tenido en Inglaterra, en EE.UU. no, lo que para mí es una sorpresa

¿Por qué?

Probablemente porque hay un capítulo que ocurre en Inglaterra en la época del “swinging London”. Siempre es algo muy misterioso. Un editor norteamericano me dijo algo que siempre me ha quedado en la memoria: “No hay manera de saber, de anticipar la reacción del público con los libros”. Digamos, si un autor tiene mucho éxito sí, pero nunca sabrás de entrada por qué tiene mucho éxito. Agregó “si eso se supiera, los editores solo publicarían “best sellers””. Ahí todavía hay una libertad extraordinaria de un público que no puede ser manipulado por la publicidad. A veces nos entusiasmamos con un libro, decidimos gastar muchísimo en publicidad y pasa desapercibido. Y a veces ocurre lo contrario. Mira el caso de “El gatopardo”. Creo que es una obra maestra, probablemente la mejor novela que se escribió en Italia en el siglo XX. Bueno, fue rechazada por seis editoriales. El pobre Lampedusa murió creyendo que su libro era un fracaso total. Se publicó después de muerto y se convirtió en el más grande “best seller” de la historia de la novela italiana y luego de 60 años sigue estando entre los más vendidos. En política se puede manipular, incluso en países cultos, pero en literatura no. Esto te da una libertad extraordinaria a la hora de escribir, si no los escritores serían corrompidos, solo harían “best sellers”.

¿Cuando escribe toma en cuenta al lector o lo obvia?

Creo que todos los escritores piensan en un lector. Te desdoblas para intentar ver cómo reacciona el lector frente a tu texto. Pero no por razones de éxito o fracaso, sino por razones de credibilidad. Si tú no eres capaz de creer lo que cuentas quiere decir que no estás en la buena línea, que tienes que rehacer, reescribir. Es la parte más fascinante porque es la parte más íntima del trabajo creativo.

Se pone en la piel del lector

Te duplicas, tú mismo eres el que escribe y el que lee, como si fueras un lector virgen
Un travestismo literario

Exactamente, es una especie de travestismo. Es difícil explicar por qué, pero yo sé con precisión cuándo no acierto, cuándo aquello que estoy contando no debe ser narrado de esa manera porque no es creíble, porque hay algo que no funciona, un elemento de artificio, de falsedad, que se hace presente y que mata la ilusión. Eso es lo que no permite que viva una historia. Hasta que realmente siento que la ilusión está ahí, que esa es la manera de abordar esa situación. No es un conocimiento racional, es intuitivo.

¿En sus novelas quiere dar algún mensaje o le importa un comino?

Un mensaje no, porque si quiero defender o criticar algo muy específico escribo un ensayo o un artículo. Cuando escribes una novela o teatro tratas de trascender la actualidad. Los grandes temas son inactuales y me interesan muchísimo la justicia, la injusticia, la incertidumbre sobre lo que es el hombre, el más allá, la condición humana. Cuando escribo una novela o una obra de teatro, al principio es para mí algo muy misterioso. No sé la historia que quiero contar, sé que tengo una inquietud, un desasosiego respecto de un personaje o de una situación. Pero es algo que no ha ocurrido de manera premeditada y que empieza a crear esa especie de ansiedad que me lleva a tomar notas, a hacer pequeños esquemas, pequeñas trayectorias sin estar seguro de qué voy a escribir. Hasta que de pronto todo eso empieza a ponerse en marcha y empiezo a escribir, pero sin saber al principio a dónde voy. Al inicio siempre voy a tientas. Con algunos libros me ha pasado que he trabajado uno o dos años sin tener claro cuál iba a ser la historia final. Eso me ocurrió con “Conversación en La Catedral”.

¿Y eso por qué?

Digamos que es mi manera de escribir. Todos los escritores encuentran su método

Claro, ¿pero por qué con “Conversación en La Catedral”?

Probablemente porque ahí no tenía un personaje, una anécdota a partir de la cual arranca la novela, la idea que tenía que ver era con una experiencia generacional, la dictadura de Odría. Lo que fue ser niño cuando esta empezaba y ser un hombre cuando terminaba. Para mí, eso significó entrar a una universidad donde había muchos profesores exiliados, estudiantes en las cárceles o en el exilio. Estudiar en una universidad como San Marcos era vivir una inseguridad total. No sabías si el compañero de tu costado era un soplón enviado por Esparza Zañartu porque la universidad estaba impregnada de soplones. Era un país donde no había política, esta se convirtió en una mala palabra y todos los partidos estaban prohibidos por la ley de seguridad interior. Era vivir en la mentira porque no sabías qué ocurría, los periódicos estaban censurados o se autocensuraban, un mundo donde la única actividad política posible era la clandestina. Se vivía en una sociedad muy corrompida. La corrupción la olías pero no se podía denunciar o combatir abiertamente.

No han cambiado mucho las cosas…

No, sí han cambiado. Hay democracias corrompidas pero una dictadura es una corrupción integral. Eso era lo que quería escribir, una novela que contara desde fuera cómo un país que vive en una situación política determinada produce una corrupción que contamina las actividades más alejadas de la política; la relación entre padres e hijos, la relación amorosa de una pareja, la vida profesional. Bueno, eso se ha vivido en la época de Fujimori. Fueron 10 años de una dictadura mucho más sutil, más moderna que la de Odría pero infinitamente más corrupta. Entonces empezar a escribir eso era enfrentarse a una especie de hormiguero donde había muchísimos personajes de distintas clases sociales, de distintos medios, de distintas actividades, mentalidades, culturas. Andaba medio perdido, escribía episodios, conectaba algunos, de pronto me quedaban grandes lagunas, grandes blancos. Y al mismo tiempo me fascinaba tanto el proyecto, estaba tan excitado con la idea de poder llegar a controlar esa enorme maquinaria que era la historia que trabajé con muchísimo entusiasmo, pero durante una buena parte fue a ciegas.

¿Esto le produce angustia?

Me produce angustia y al mismo tiempo una gran excitación, que es lo que te estimula y te lleva a seguir. Para mí lo que es fascinante —y eso me ha ocurrido desde que escribí mi primera historia— es cómo al principio es una operación tan fría, algo que sientes muy distante, que vas contando con un lenguaje muerto y después poco a poco, con la disciplina, con la perseverancia, con la terquedad, de pronto empiezas a sentirte llevado por la historia. Esta ya ha comenzado a generar sus propias fuerzas, su dinámica. Hay cosas que tienes que respetar, ya no puedes decidir arbitrariamente que los personajes hagan ciertas cosas, sientes que ahí hay alguna resistencia. Para mí es la parte más emocionante porque tienes la sensación de haber producido un simulacro de vida. Y lo has conseguido utilizando palabras, excluyendo otras, organizando el tiempo, los puntos de vista, ocultando ciertas cosas, o más bien distrayendo al lector para poder hacer que pasen ciertas cosas que normalmente el lector rechazaría. Crear ese simulacro de vida que es una novela me produce una gran satisfacción.

También le da un gran poder

Es un poder muy solitario, frente a un papel, ja…

Luego, el reconocimiento…

Sí, pero la satisfacción mayor es secreta. Creo que en la soledad en que te sumerges para crear pasas momentos muy difíciles, pero al mismo tiempo son de una sorpresa, de una satisfacción íntima que no se compara a ningún tipo de reconocimiento. Onetti dice: “Habías ganado una batalla secreta”. Creo que es muy exacto, los franceses llaman a la creación “la lucha con el ángel”. Bueno, pues es eso, es una especie de lucha contra alguien invisible que quiere que fracases, que te pone trampas, que te desmoraliza y al mismo tiempo tú te enfrentas y resistes, te empecinas en hacerlo. Y de pronto, en un momento dado, eso fluye, empieza a salir. Para llegar a ese momento estás constantemente emprendiendo nuevos proyectos, que es lo que te mantiene en actividad.

¿Los peruanos son fabuladores o más bien chismosos?

Los limeños son chismosos; el chisme es una pasión limeña. No olvides que Lima fue capital del virreinato y ese tipo de sociedad genera la chismografía, ja. Está profundamente arraigada en el alma limeña. Nosotros hemos creado un género literario que es chismográfico: las tradiciones de Ricardo Palma. Son chismografía pura, pequeñas anécdotas que transgreden la intimidad de las familias, de los medios, de los conventos. Con eso se burla un poco y satisface el morbo secreto, lo cual es muy limeño.

Sobre la cultura y la huachafería.: “En el Perú la élite es inculta, es muy mal educada”

¿La cultura en el Perú tiene un nivel “regularón”?

Hay que hacer distinciones. Individualmente el Perú tiene creadores magníficos de muy alto nivel y eso me parece estupendo. Ahora, si se piensa en cultura como en un contexto social, está restringida a una minoría muy pequeña, es un privilegio. En el Perú, salvo Lima y dos o tres ciudades, prácticamente no hay librerías.

¿Observa un menosprecio al quehacer cultural?

Menosprecio no, lo que hay es ignorancia. En el Perú la élite es bastante inculta, mucho más que la de otros países latinoamericanos. Es una élite muy mal educada. Ha sido educada a ganar dinero, pero no se le ha enseñado a gozar de la cultura. Es una élite económica que no tiene ni la pasión, ni el gusto, ni el esnobismo de la cultura. ¿Dónde tiene arraigo esta? En la clase media, sobre todo en la más modesta que ve en la cultura un instrumento de ascenso social. En ese sector es de donde salen los mejores pintores, escritores, músicos. Es un público que ve con interés la cultura, a veces con pasión, es el Perú que lee, que llena el teatro, por ejemplo.

¿Ha cambiado o enriquecido su concepto de la huachafería?

La huachafería está muy viva, no ha perdido su vigencia (ríe). Forma parte de nuestra cultura

¿Le ve nuevas aristas?

Sí, claro. La huachafería evoluciona. Hombre, un huachafo hoy día no se parece al huachafo de hace 30 años. Hoy día, con la globalización, el mundo ha entrado a formar parte de la huachafería peruana también, ¿no?

¿Un ejemplo?

Mi ejemplo va a ser malo, no va a llegar a la riqueza de la realidad huachafa del Perú. Pero si insistes te diré que las bermudas. ¿Tú has visto a los hombres con bermudas?

En todas partes del mundo las llevan en verano

No, pero en el Perú eso tiene una connotación muy especial, ja, ja. Son los jóvenes, los viejos, los pobres y los ricos. ¡Todos se ponen bermudas! Es una huachafería monumental. Es que yo creo que la huachafería acaba con las distinciones sociales, es una especie de cultura común que comparten pobres y ricos, provincianos y capitalinos, aunque hay variantes regionales. La huachafería arequipeña es distinta a la trujillana, por ejemplo. Pero los peruanos se reconocen y se identifican en ella y crean una unidad nacional en un país que es tan diverso por tantas cosas. La manera de hablar, ja, ja, la sensiblería huachafa, por ejemplo. Bueno es un tema que podría dar para una larga conversación (ríe).

El Comercio. Domingo 1 de febrero del 2009.

ENTREVISTA A MARIO VARGAS LLOSA: II
"Tengo la casi seguridad de que el Perú está bien enrumbado"

Por Mariella Balbi

¿Por qué no quiere hablar de política nacional?

Por una razón muy sencilla, prácticamente todos los medios me han invitado a dar entrevistas y a todos les he dicho que no, porque estoy escribiendo mi novela y no quiero pasarme mi estadía en Lima dando entrevistas políticas. Mira, yo no quiero dar la idea de que estoy haciendo política. Yo escribo sobre política cuando creo que vale la pena, porque hay que hacer un pronunciamiento sobre determinado tema. Por ejemplo, cuando venga la sentencia a Fujimori la voy a comentar porque es muy importante que por primera vez un dictador sea juzgado por tribunales civiles con todas las garantías que da la ley. Pero no puedo estar en el cotilleo político diario, ni siquiera lo sigo. No estoy en la pequeña menudencia, trabajo 10, 12 horas al día. Y si hablo de política los otros periodistas van a decir por qué no me la han dado a mí.

El público que recibirá sus obras fluctúa entre los 14 y 45 años. Cómo cree que se relacionará con la época en que ocurren sus novelas. Es más bien lejana.

La literatura es siempre actual aunque cuente cosas muy antiguas. El hecho de que las historias no ocurran en esta época sino en el pasado no tiene ninguna importancia.

Me refería a que la gente de mi edad o de la suya se vinculan más con el Perú de “Conversación en La Catedral” o con la “Historia de Mayta”

Habría que preguntarse primero si los de 15 años leen. Esa nueva generación es muy distinta de las anteriores. Me parece que está más cerca de la música que de la literatura. La verdad no lo sé. Creo que hoy día la música les da a muchos jóvenes lo que antes transmitía la pintura, la literatura. Es el signo generacional, pienso que eso comienza en los años 70, en Inglaterra donde la música se convierte en una señal de identidad entre ellos. En la música comulgan, se reencuentran, se conectan por encima de las lenguas, las culturas y las tradiciones. Y esto ha continuado, hay una especie de común denominador que la música les da a las nuevas generaciones.

¿Cuáles serían los libros que le gustarían que prevalecieran sobre los otros?

Pues “Conversación en La Catedral”, “La guerra del fin del mundo” y la novela que voy a escribir, sin duda, ja. Creo que desde el punto de vista psicológico es muy importante para un escritor estar convencido de que su mejor libro todavía está por escribirse.

¿Cuál es el argumento de su próxima novela?

Está inspirada en un personaje histórico, Robert Casement, un irlandés que fue cónsul británico en el Congo, donde vivió 20 años. Estuvo un año y medio en la Amazonía peruana en la época de oro del caucho. Hizo unas denuncias que tuvieron un enorme efecto en Europa y en EE.UU. sobre las atrocidades que se cometieron tanto en el Congo como con los nativos amazónicos. Consiguió que los gobiernos occidentales tomaran posición, sobre todo que la opinión pública se movilizara muchísimo contra estos abusos. Gracias a ello alcanzó una enorme popularidad como gran humanista, gran altruista y defensor de los derechos humanos. Durante la Primera Guerra Mundial fue descubierto contrabandeando armas alemanas para los nacionalistas irlandeses. Esto provocó un escándalo monumental en Inglaterra, él había recibido las más altas condecoraciones del imperio. Interesante, porque él pertenecía a una familia irlandesa pro británica y admiró el colonialismo como un gran movimiento civilizador. Y en el Congo, secretamente, cambió de piel ante los horrores que vio allí. Llegó a la conclusión de que todo era una gran mentira, que el colonialismo era una institución monstruosa que solamente había llevado dolor y explotación. Esto lo hace un personaje tan complejo y tan misterioso.

¿Cuánto tiempo lleva trabajando este proyecto?

Un año, pero todavía estoy en la nebulosa, todavía estoy perdido (ríe).

Estará feliz.

Estaré más feliz cuando vea la luz, todavía no la veo del todo. Pero es una novela que me entusiasma mucho, además me obliga a investigar, a leer, a viajar mucho. Ese trabajo de documentación me estimula enormemente.

Diría que es un escritor realista o…

Realista en el sentido que me gusta simular la realidad en mis novelas, así como a los escritores fantásticos les gusta simular la irrealidad de lo que cuentan. Pero si tú analizas desde adentro la obra literaria, tenga esta una apariencia realista o fantástica, siempre es una invención, una ficción. Digamos que en mi caso hay una especie de prurito de simular la realidad objetiva, ¿no? No he hecho nunca literatura fantástica, me gusta leerla, a Borges, a Poe.

¿El cuento no lo atrapó?

Yo comencé escribiendo cuentos, lo que pasa es que los cuentos se me vuelven novela (ríe). “Pantaleón y las visitadoras” iba a ser un cuento y creció. En muchas de mis novelas utilizo relatos que pueden ser leídos independientemente.

¿Cree que los escritores peruanos están a la par de los de América Latina?

No hay que preocuparse de eso. Es muy malo utilizar la literatura como un pretexto para el patriotismo, es lo peor que podemos hacer. La literatura no es nacional, la verdadera trasciende las fronteras, ¿no? No hay nada más terrible que ser un buen escritor regional, ja, ja. Sí podemos decir, sin asomo de chauvinismo, que la literatura de nuestra lengua tiene hoy día un derecho de ciudad en el mundo que antes no tenía. Había autores aislados, pero hoy se sabe que América Latina, o si quieres la lengua española, quizá es más justo decir eso, produce escritores que pueden ser leídos en cualquier parte y que además no se trata de una cosa casual, ni generacional.

¿Es pesimista pensar que culturalmente no hay recambio en las nuevas generaciones?

Eso no es verdad. Cuando yo era joven los escritores en el Perú se contaban con una mano. Se publicaba mucho menos y era común que los escritores publicaran con su plata. No hemos llegado al ideal, pero el cambio es enorme. Mira, yo no puedo estar al día con los jóvenes que van saliendo y eso que leo mucho, soy un lector voraz. Para mí el placer supremo sigue siendo la lectura.

¿Qué le gusta tanto del teatro?

Es vivir la ficción. Un novelista vive tratando de crear ficciones, de simular la vida y de pronto en el teatro, la vida está ahí, encarnada. En un escenario dejas de ser quien eres y pasas a ser un personaje de ficción. Y durante las dos horas que dura el espectáculo eres una ficción encarnada, que tiene sangre, voz, movimiento. Pero no eres quien eres, sino otro, alguien que fue inventado. Eso es lo maravilloso del teatro. Además es el género que más se acerca a la vida. Tiene ese carácter efímero de la vida. Lo que ocurre en el escenario ocurre de verdad. Y si un actor se equivoca no tiene rectificación posible. No hay dos funciones que sean idénticas. En esas dos horas la ficción se volvió realidad. Para alguien que ha dedicado su vida a inventar historias esa experiencia es impagable, a mí me conmueve muchísimo.

¿Se arrepiente de haber descubierto tarde la faceta de actor?

No, no me arrepiento. Hombre, lo habría hecho antes si hubiera sabido que me iba dar un placer tan inconmensurable como me lo han dado las tres veces que me he montado a un escenario. No te puedes imaginar qué rejuvenecedora y novedosa ha sido esa experiencia para mí.

¿Escribir obras de teatro es igual que escribir novelas?

Para mí es una actividad mucho más modesta

¿Lo considera un género menor?

No, no, no, en absoluto. Cuando escribes una obra de teatro sabes que eres solo una pieza dentro de un mecanismo en el que otras personas —el director, los actores, los técnicos— van a jugar un rol tan o más importante que el tuyo para que esa ficción sea posible. Por eso cuando una obra de teatro es buena ocurre esa experiencia que yo creo que es única. Te deja una sensación de plenitud que ningún otro género te da.

Usted dejó la literatura por la política, en tres palabras qué sacó de esa experiencia. Esta sí es una verdadera obra de teatro, ¿no?

Para un escritor no hay experiencia mala, incluso las más terribles, al final lo enriquecen tremendamente. En segundo lugar, no hay una experiencia más instructiva para conocer un país, para conocer al ser humano y lo que es la política que ser candidato en una campaña electoral. Lo que yo aprendí en esos tres años no fue grato y en muchos sentidos fue deprimente, pero fue enormemente instructivo. Yo tenía una idea de la política que tuve que revisar profundamente después de haberla vivido en las condiciones en las que la viví. Entonces, no me arrepiento en lo absoluto. Ah. No lo volvería a hacer.

¿Ni muerto?

Eso no se puede decir, tú no sabes si hay circunstancias que de pronto te van a empujar a tener una actividad política, eso no se puede descartar en la vida. Pero en principio no lo volvería a hacer. Soy un escritor, no un político. En mí país está funcionando la democracia, que es lo fundamental. Es lo único que a mí me arrancaría de esa decisión, que venga otra vez un golpe de Estado y un dictador, que nuevamente el Perú parezca irse a los infiernos. Tengo la casi seguridad de que el Perú está bien enrumbado, incluso con todas las cosas que puedan ir mal, la orientación es la buena.

¿Siente que la gente le arrancha su tiempo?

¿Cómo te diría? Hay obligaciones sociales que yo he procurado reducir al mínimo, pero siempre quedan algunas que son inevitables y que con los años me cuesta cada vez más trabajo aceptarlas. Me gustaría hacer solo lo que me da la gana, solo lo que me gusta, evitar las cosas que detesto. Pero no siempre se puede, uno forma parte de una sociedad, tampoco puedes jugar al niño malo y malcriado. Por ejemplo, lo que más odio en la vida son los cocteles, nada odio tanto yo, y eso desde chiquito, ¿sabes? Sin embargo, hay veces que tengo que ir. A mí me encanta estar con un grupo de amigos, pero esas reuniones sociales impersonales donde estás horas con la copita en la mano; es que tú no te puedes imaginar la angustia, la desesperación a la que me puede llevar eso. Me dan ganas de tirarme por las ventanas.

¿Le parece que todo es fatuo y sin sentido?

Es una pérdida de tiempo. Yo trabajo mucho y, por ejemplo, me encanta el cine, me gustaría poder ir más. Aunque he reducido al mínimo esto, no puedes eliminarlo totalmente, a no ser que quieras jugar al anacoreta o al hurón y yo no soy eso.

¿Tiene angustia de morir?

Ninguna, por eso es que mantengo siempre mi ritmo de trabajo. Mientras yo trabajo la muerte no existe. Creo que esa debería ser la actitud de los seres humanos frente a la muerte, continuar tu vida muy comprometido con lo que haces. Como si fueras inmortal, de tal manera que la muerte sea un accidente que ocurre. Viene en un momento dado y, bueno, tu vida se interrumpe. Pero hasta el último momento estás ahí, como Sócrates. La historia que cuenta Platón siempre me maravilló, cuando vinieron a que Sócrates tomara la cicuta lo encontraron estudiando persa y siguió haciéndolo hasta el momento en que tuvo que matarse. Espero que la muerte me encuentre con mi libreta y mi lápiz, escribiendo. ¡Maravilloso! Un accidente y ya está, se acabó.

¿Cuando se deprime escribe?

Bueno, me deprimo escribiendo muchas veces. Pero ya sé que si persevero, mi trabajo me saca de la depresión, es el mejor antídoto. Ahora, lo que sí me llega a desmoralizar mucho, por eso procuro no vivirla, es la experiencia de la interrupción que a veces no se puede evitar. En esos días que estoy sin trabajar empiezo a sentir que el orden del mundo se comienza a deshacer, que entro en una especie de anarquía, de behetría. Recuerdo que en el colegio se hablaba de la behetría serrana, que en un momento dado del incario había un período de behetría. Esa palabra me fascinaba. Ya solo de grande descubrí que quería decir anarquía, desorden. Cuando estoy dos o tres días sin trabajar la palabra behetría se me viene a la cabeza y me digo: ¡mi vida se está convirtiendo en una behetría! y eso es peligrosísimo (ríe).

¿Le quita el sueño ganar el Premio Nobel?

Nooo, no me quita el sueño en absoluto.

¿Le molesta estar en la lista cada vez?

Me molesta porque da la impresión de que yo estuviera postulando mi candidatura, cosa que no es verdad. Me molesta mucho también porque tengo amigos que como que me recriminan no haberlo ganado. Tengo una amiga en España que me dice: “¡Pero no es posible, yo ya tengo mi vestido listo para ir a Estocolmo!”. Me hace sentir mal, ¿sabes?, me hace sentir en falta. Yo le respondo: “¡Pero qué quieres que haga, échale naftalina!”, ja, ja. Si viene, bienvenido, no he rechazado ningún premio. Pero —digamos— un escritor no puede vivir en función del Premio Nobel, porque es malo para el estilo, este se empobrece muchísimo y su literatura se estropea. No te voy a citar ejemplos, pero hay bastantes.
El Comercio. Lunes 2 de febrero del 2009.

2009 Entrevista con el escritor Mario Vargas Llosa

Por Pepe Hidalgo Jiménez
Por la escalera del Hotel Libertador de Trujillo desciende afable, sonriente y relajado Mario Vargas Llosa (MVLL). Antes de pisar el último peldaño abotona su saco azul y acomoda el mechón cano que cubre su frente. Por la misma escalera, hace instantes, corría su nieta y caminó su hija Morgana. El escritor es un padre consentido y un abuelo chocho. Pocas son las oportunidades en que la generación Vargas Llosa se junta, así que esta tarde es de por sí especial. No ha transcurrido ni una hora desde que abandonó el avión que lo trasladó de Lima a esta ciudad, y el literato ya improvisó una entrevista en el hall del hotel. Para ser exactos, los periodistas lo rodearon, como si fuera una estrella de cine, y él, en un gesto de amabilidad, se ha detenido a responder lo que le preguntan.
Pero no solo Vargas Llosa ha detenido el paso a esta hora. El tiempo también se ha detenido. Ha decidido ubicarse en 1952, entre los meses de abril y diciembre. En la mente de Mario, los recuerdos han comenzado a volar como si fueran papeles soplados por el viento. De pronto, la escena se ubica en la calle Lima de la Piura de entonces. Se oyen voces, se habla de periodismo; es La Industria de Piura y un Mario Vargas Llosa de 16 años teclea sus primeras noticias periodísticas en una máquina de escribir.

¿Qué recuerdos guarda de su paso por La Industria de Piura?
Son muchos. Fue una experiencia maravillosa. Yo estaba en el quinto de secundaria, en el colegio San Miguel. En esas vacaciones yo había trabajado de forma fugaz en La Crónica. Uno de los periodistas de este diario me hizo una recomendación para don Miguel F. Cerro, propietario de La Industria. Entonces me presenté ante don Miguel con esta recomendación y me contrató. Trabajé el año que estuve en Piura, al mismo tiempo que hacía el quinto de media. Terminaba el colegio al mediodía y salía corriendo a La Industria, luego regresaba al colegio y luego volvía a La Industria hasta que armábamos el periódico. Fue una experiencia hermosa porque hice un poco de todo. Escribía noticias internacionales, deportes, noticias políticas y además yo realizaba colaboraciones literarias. Las primeras colaboraciones literarias que hice nacen en La Industria de Piura.

En más de un artículo sobre su paso por Piura ha comentado que se siente agradecido por el apoyo que le brindó don Miguel F. Cerro, ¿qué recuerda de su relación con él en La Industria?
Don Miguel era una persona encantadora, una persona mayor que tenía más de 80 años, pero que trabajaba todo el día. Tenía un fundo, me parece que rumbo a Catacaos, al que se iba en su caballo, pero antes de salir ingresaba a La Industria de Piura, y de pronto el caballo irrumpía en el periódico. El bajaba con sus botas de montar y su sombrero de paja. Era muy minucioso y muy estricto. Leía cuidadosamente todo el periódico, de principio a fin. Cuando había errores de sintaxis, errores gramaticales o periodísticos nos amonestaba seriamente. Era una persona con un gran sentido del humor. Yo lo recuerdo con mucho cariño y agradecimiento porque a mí me hizo creer que yo ya era un periodista tratándome como tal, cuando era apenas un chiquillo de colegio.

¿Entonces fue en La Industria donde descubrió esa pasión por el periodismo?
Sí. Comencé en realidad en La Crónica, pero en La Industria descubrí mi pasión por el periodismo. Era hermoso porque todos los periodistas hacíamos de todo: desde reportajes, crónicas policiales, dábamos vuelta a las informaciones internacionales, nacionales; era una experiencia más que satisfactoria.

Y alimentada por anécdotas como la publicación de La noche de los desesperados

(Risas). De eso prefiero no hablar porque corro el riesgo de alcanzar un gran desprestigio literario si se habla de mis primeros poemas.

Este 28 de marzo, Mario Vargas Llosa cumplirá 73 años. Los curiosos que lo rodean esta noche, en el hall del hotel, murmuran que en vivo en directo luce más delgado que en las fotografías que ilustran las contratapas de sus libros, o cuando sale en televisión recibiendo de manos de algún intelectual un reconocimiento Honoris Causa. El escritor ha perdido la cuenta de cuántos Honoris Causa ha recibido en estos últimos años, en cuantas casas ha vivido desde su infancia. Quizás, también, no maneja la cuenta exacta de cuántos libros ha leído en su vida, aunque dudo que esa cifra le resulte complicada de acertar cuando se trata de Faulkner, un referente esencial en su vida y en sus textos. En el hall del hotel, el número de curiosos concentrados alrededor de su sólida figura ya superó la veintena. El escritor se pierde entre una multitud que no le permite al ruido interrupción.

La literatura plantea desafíos, al igual que la política. Alguna vez sentenció en una entrevista que nunca volvería a la política partidarista. ¿Mantiene vigente esa posición?
A mí la política me dejó una lección: no soy un político. Además, para un escritor no hay experiencia mala, todas las experiencias son enriquecedoras. Sin duda fue una experiencia muy instructiva. Creo que la mejor forma de conocer a un país y sus necesidades, es probablemente a través de una campaña política. A mí me sirvió esto para aprender muchas cosas y darme cuenta que no era para la política.

Pero eso no lo exime de opinar sobre la situación política del Perú en la actualidad.
El país está creciendo de una manera muy dinámica. Llevamos dos periodos gubernamentales con un crecimiento sistemático, y aunque hay muchos problemas por resolver, la orientación es positiva. Eso significa que estamos muy bien preparados frente a una crisis que va a golpear a toda Sudamérica, pero que nos recibirá muy bien parados.

Su última incursión ha sido en la dramaturgia, experiencia done usted confiesa ha volcado su máxima energía. ¿Considera que en esta faceta se reivindica con una de sus más grandes pasiones, mostrando a un Vargas Llosa mucho más íntimo?
Eso sí. Siempre me gustó el teatro. La prueba de eso es la obrita que escribí y se estrenó en Piura (La huída del inca). Si en los años 50, cuando empecé a escribir hubiera existido en el Perú un movimiento teatral, más o menos importante, antes que novelista hubiera sido dramaturgo. Por entonces, escribir teatro era algo muy frustrante porque uno tenía muy pocas posibilidades de ver sus obras sobre las tablas. Siempre tuve la pasión secreta por el teatro. Siempre veo esta faceta como una oportunidad que enriquece mi experiencia narrativa.

SOBRE LA FERIA DEL LIBRO

¿Qué expectativas y emociones lo embargan como invitado de lujo en esta cuarta edición de la Feria del Libro?
Tuve la suerte de estar en la edición inaugural y realmente fue una bonita experiencia y un gran éxito, por la participación del público. Acudieron muchísimas personas, compraron libros, asistieron a las mesas redondas, conferencias y la verdad que el éxito sorprendió a los organizadores que no esperaban una respuesta tan especial.

Los secretos de un novelista es el nombre de la conferencia magistral de esta noche. ¿Qué secretos deleitarán al público?
Creo que todas las personas que han leído un libro y se han entusiasmado con él, han tenido siempre la curiosidad por saber que hay detrás, cómo nació, cómo se gestó, cuál fue el proceso que siguió, los personajes. Lo que pienso hacer es una descripción de ese proceso; no es idéntico en todos los escritores, creo que cada escritor es un método de trabajo distinto, pero esos son los secretos que espero contar. Nada truculento ni terrible (risas).

La improvisada entrevista se trunca. Mario Vargas Llosa debe partir a la Feria del Libro. Allá lo esperan miles de lectores que seguramente detendrán su paso para tomarse fotografías, firmar autógrafos o compartirle algún comentario. Antes de subir al bus que lo trasladará, como todo abuelo y padre chocho se despide de su nieta e hija con un beso en la mejilla. Ese es Mario Vargas Llosa, el humano que cuando se despoja de su lado intelectual, se convierte en el padre consentido, en el abuelo mimado, que alguna vez se convirtió en Papá Noel.

Una anécdota: Sobre La noche de los desesperados
Diversas son las anécdotas que marcan el paso de Mario Vargas Llosa por La Industria de Piura. Una de ellas tiene que ver con la publicación de su poema La noche de los desesperados, a página completa, en el diario. Por entonces, La Industria de Piura tenía cuatro páginas. Cuando don Miguel F. Cerro se dio cuenta que una de ellas había sido ocupada por el poema de Vargas Llosa, no dudó en manifestar que la edición de ese día pecaba de exuberancia.

Diario La Industria. Viernes 23 de enero del 2009.