En un entretenido diálogo, el afamado escritor habla sobre su trabajo creativo, el mayor entretenimiento de los limeños y la cultura
Por Mariella Balbi
El Comercio publicará 15 obras suyas en edición popular, imagino que esto lo gratifica.
Hombre, pues sobre todo porque los libros llegarán a un público grande, que generalmente no va a librerías. Los libros van a salir mucho más baratos, es una manera de promover la lectura masiva. La idea es muy bonita.
¿Cuál de sus libros es el que jala más público?
Ah, bueno, esa es una pregunta interesante porque no es el mismo libro en todos los casos. En España, el que más éxito ha tenido es “Pantaleón y las visitadoras”, se reedita constantemente. En el resto del mundo que no es de lengua española, el más vendido es “La tía Julia y el escribidor”. Yo creí siempre que era un libro muy peruano porque las radionovelas que aparecen ahí aluden a una realidad, incluso ni siquiera peruana, sino limeña. Pero ha pasado muy bien las fronteras lingüísticas, creo que es el que tiene más traducciones. Y “Las travesuras de la niña mala” es el que más éxito ha tenido en Inglaterra, en EE.UU. no, lo que para mí es una sorpresa
¿Por qué?
Probablemente porque hay un capítulo que ocurre en Inglaterra en la época del “swinging London”. Siempre es algo muy misterioso. Un editor norteamericano me dijo algo que siempre me ha quedado en la memoria: “No hay manera de saber, de anticipar la reacción del público con los libros”. Digamos, si un autor tiene mucho éxito sí, pero nunca sabrás de entrada por qué tiene mucho éxito. Agregó “si eso se supiera, los editores solo publicarían “best sellers””. Ahí todavía hay una libertad extraordinaria de un público que no puede ser manipulado por la publicidad. A veces nos entusiasmamos con un libro, decidimos gastar muchísimo en publicidad y pasa desapercibido. Y a veces ocurre lo contrario. Mira el caso de “El gatopardo”. Creo que es una obra maestra, probablemente la mejor novela que se escribió en Italia en el siglo XX. Bueno, fue rechazada por seis editoriales. El pobre Lampedusa murió creyendo que su libro era un fracaso total. Se publicó después de muerto y se convirtió en el más grande “best seller” de la historia de la novela italiana y luego de 60 años sigue estando entre los más vendidos. En política se puede manipular, incluso en países cultos, pero en literatura no. Esto te da una libertad extraordinaria a la hora de escribir, si no los escritores serían corrompidos, solo harían “best sellers”.
¿Cuando escribe toma en cuenta al lector o lo obvia?
Creo que todos los escritores piensan en un lector. Te desdoblas para intentar ver cómo reacciona el lector frente a tu texto. Pero no por razones de éxito o fracaso, sino por razones de credibilidad. Si tú no eres capaz de creer lo que cuentas quiere decir que no estás en la buena línea, que tienes que rehacer, reescribir. Es la parte más fascinante porque es la parte más íntima del trabajo creativo.
Se pone en la piel del lector
Te duplicas, tú mismo eres el que escribe y el que lee, como si fueras un lector virgen
Un travestismo literario
Exactamente, es una especie de travestismo. Es difícil explicar por qué, pero yo sé con precisión cuándo no acierto, cuándo aquello que estoy contando no debe ser narrado de esa manera porque no es creíble, porque hay algo que no funciona, un elemento de artificio, de falsedad, que se hace presente y que mata la ilusión. Eso es lo que no permite que viva una historia. Hasta que realmente siento que la ilusión está ahí, que esa es la manera de abordar esa situación. No es un conocimiento racional, es intuitivo.
¿En sus novelas quiere dar algún mensaje o le importa un comino?
Un mensaje no, porque si quiero defender o criticar algo muy específico escribo un ensayo o un artículo. Cuando escribes una novela o teatro tratas de trascender la actualidad. Los grandes temas son inactuales y me interesan muchísimo la justicia, la injusticia, la incertidumbre sobre lo que es el hombre, el más allá, la condición humana. Cuando escribo una novela o una obra de teatro, al principio es para mí algo muy misterioso. No sé la historia que quiero contar, sé que tengo una inquietud, un desasosiego respecto de un personaje o de una situación. Pero es algo que no ha ocurrido de manera premeditada y que empieza a crear esa especie de ansiedad que me lleva a tomar notas, a hacer pequeños esquemas, pequeñas trayectorias sin estar seguro de qué voy a escribir. Hasta que de pronto todo eso empieza a ponerse en marcha y empiezo a escribir, pero sin saber al principio a dónde voy. Al inicio siempre voy a tientas. Con algunos libros me ha pasado que he trabajado uno o dos años sin tener claro cuál iba a ser la historia final. Eso me ocurrió con “Conversación en La Catedral”.
¿Y eso por qué?
Digamos que es mi manera de escribir. Todos los escritores encuentran su método
Claro, ¿pero por qué con “Conversación en La Catedral”?
Probablemente porque ahí no tenía un personaje, una anécdota a partir de la cual arranca la novela, la idea que tenía que ver era con una experiencia generacional, la dictadura de Odría. Lo que fue ser niño cuando esta empezaba y ser un hombre cuando terminaba. Para mí, eso significó entrar a una universidad donde había muchos profesores exiliados, estudiantes en las cárceles o en el exilio. Estudiar en una universidad como San Marcos era vivir una inseguridad total. No sabías si el compañero de tu costado era un soplón enviado por Esparza Zañartu porque la universidad estaba impregnada de soplones. Era un país donde no había política, esta se convirtió en una mala palabra y todos los partidos estaban prohibidos por la ley de seguridad interior. Era vivir en la mentira porque no sabías qué ocurría, los periódicos estaban censurados o se autocensuraban, un mundo donde la única actividad política posible era la clandestina. Se vivía en una sociedad muy corrompida. La corrupción la olías pero no se podía denunciar o combatir abiertamente.
No han cambiado mucho las cosas…
No, sí han cambiado. Hay democracias corrompidas pero una dictadura es una corrupción integral. Eso era lo que quería escribir, una novela que contara desde fuera cómo un país que vive en una situación política determinada produce una corrupción que contamina las actividades más alejadas de la política; la relación entre padres e hijos, la relación amorosa de una pareja, la vida profesional. Bueno, eso se ha vivido en la época de Fujimori. Fueron 10 años de una dictadura mucho más sutil, más moderna que la de Odría pero infinitamente más corrupta. Entonces empezar a escribir eso era enfrentarse a una especie de hormiguero donde había muchísimos personajes de distintas clases sociales, de distintos medios, de distintas actividades, mentalidades, culturas. Andaba medio perdido, escribía episodios, conectaba algunos, de pronto me quedaban grandes lagunas, grandes blancos. Y al mismo tiempo me fascinaba tanto el proyecto, estaba tan excitado con la idea de poder llegar a controlar esa enorme maquinaria que era la historia que trabajé con muchísimo entusiasmo, pero durante una buena parte fue a ciegas.
¿Esto le produce angustia?
Me produce angustia y al mismo tiempo una gran excitación, que es lo que te estimula y te lleva a seguir. Para mí lo que es fascinante —y eso me ha ocurrido desde que escribí mi primera historia— es cómo al principio es una operación tan fría, algo que sientes muy distante, que vas contando con un lenguaje muerto y después poco a poco, con la disciplina, con la perseverancia, con la terquedad, de pronto empiezas a sentirte llevado por la historia. Esta ya ha comenzado a generar sus propias fuerzas, su dinámica. Hay cosas que tienes que respetar, ya no puedes decidir arbitrariamente que los personajes hagan ciertas cosas, sientes que ahí hay alguna resistencia. Para mí es la parte más emocionante porque tienes la sensación de haber producido un simulacro de vida. Y lo has conseguido utilizando palabras, excluyendo otras, organizando el tiempo, los puntos de vista, ocultando ciertas cosas, o más bien distrayendo al lector para poder hacer que pasen ciertas cosas que normalmente el lector rechazaría. Crear ese simulacro de vida que es una novela me produce una gran satisfacción.
También le da un gran poder
Es un poder muy solitario, frente a un papel, ja…
Luego, el reconocimiento…
Sí, pero la satisfacción mayor es secreta. Creo que en la soledad en que te sumerges para crear pasas momentos muy difíciles, pero al mismo tiempo son de una sorpresa, de una satisfacción íntima que no se compara a ningún tipo de reconocimiento. Onetti dice: “Habías ganado una batalla secreta”. Creo que es muy exacto, los franceses llaman a la creación “la lucha con el ángel”. Bueno, pues es eso, es una especie de lucha contra alguien invisible que quiere que fracases, que te pone trampas, que te desmoraliza y al mismo tiempo tú te enfrentas y resistes, te empecinas en hacerlo. Y de pronto, en un momento dado, eso fluye, empieza a salir. Para llegar a ese momento estás constantemente emprendiendo nuevos proyectos, que es lo que te mantiene en actividad.
¿Los peruanos son fabuladores o más bien chismosos?
Los limeños son chismosos; el chisme es una pasión limeña. No olvides que Lima fue capital del virreinato y ese tipo de sociedad genera la chismografía, ja. Está profundamente arraigada en el alma limeña. Nosotros hemos creado un género literario que es chismográfico: las tradiciones de Ricardo Palma. Son chismografía pura, pequeñas anécdotas que transgreden la intimidad de las familias, de los medios, de los conventos. Con eso se burla un poco y satisface el morbo secreto, lo cual es muy limeño.
Sobre la cultura y la huachafería.: “En el Perú la élite es inculta, es muy mal educada”
¿La cultura en el Perú tiene un nivel “regularón”?
Hay que hacer distinciones. Individualmente el Perú tiene creadores magníficos de muy alto nivel y eso me parece estupendo. Ahora, si se piensa en cultura como en un contexto social, está restringida a una minoría muy pequeña, es un privilegio. En el Perú, salvo Lima y dos o tres ciudades, prácticamente no hay librerías.
¿Observa un menosprecio al quehacer cultural?
Menosprecio no, lo que hay es ignorancia. En el Perú la élite es bastante inculta, mucho más que la de otros países latinoamericanos. Es una élite muy mal educada. Ha sido educada a ganar dinero, pero no se le ha enseñado a gozar de la cultura. Es una élite económica que no tiene ni la pasión, ni el gusto, ni el esnobismo de la cultura. ¿Dónde tiene arraigo esta? En la clase media, sobre todo en la más modesta que ve en la cultura un instrumento de ascenso social. En ese sector es de donde salen los mejores pintores, escritores, músicos. Es un público que ve con interés la cultura, a veces con pasión, es el Perú que lee, que llena el teatro, por ejemplo.
¿Ha cambiado o enriquecido su concepto de la huachafería?
La huachafería está muy viva, no ha perdido su vigencia (ríe). Forma parte de nuestra cultura
¿Le ve nuevas aristas?
Sí, claro. La huachafería evoluciona. Hombre, un huachafo hoy día no se parece al huachafo de hace 30 años. Hoy día, con la globalización, el mundo ha entrado a formar parte de la huachafería peruana también, ¿no?
¿Un ejemplo?
Mi ejemplo va a ser malo, no va a llegar a la riqueza de la realidad huachafa del Perú. Pero si insistes te diré que las bermudas. ¿Tú has visto a los hombres con bermudas?
En todas partes del mundo las llevan en verano
No, pero en el Perú eso tiene una connotación muy especial, ja, ja. Son los jóvenes, los viejos, los pobres y los ricos. ¡Todos se ponen bermudas! Es una huachafería monumental. Es que yo creo que la huachafería acaba con las distinciones sociales, es una especie de cultura común que comparten pobres y ricos, provincianos y capitalinos, aunque hay variantes regionales. La huachafería arequipeña es distinta a la trujillana, por ejemplo. Pero los peruanos se reconocen y se identifican en ella y crean una unidad nacional en un país que es tan diverso por tantas cosas. La manera de hablar, ja, ja, la sensiblería huachafa, por ejemplo. Bueno es un tema que podría dar para una larga conversación (ríe).
El Comercio. Domingo 1 de febrero del 2009.
ENTREVISTA A MARIO VARGAS LLOSA: II
"Tengo la casi seguridad de que el Perú está bien enrumbado"
Por Mariella Balbi
¿Por qué no quiere hablar de política nacional?
Por una razón muy sencilla, prácticamente todos los medios me han invitado a dar entrevistas y a todos les he dicho que no, porque estoy escribiendo mi novela y no quiero pasarme mi estadía en Lima dando entrevistas políticas. Mira, yo no quiero dar la idea de que estoy haciendo política. Yo escribo sobre política cuando creo que vale la pena, porque hay que hacer un pronunciamiento sobre determinado tema. Por ejemplo, cuando venga la sentencia a Fujimori la voy a comentar porque es muy importante que por primera vez un dictador sea juzgado por tribunales civiles con todas las garantías que da la ley. Pero no puedo estar en el cotilleo político diario, ni siquiera lo sigo. No estoy en la pequeña menudencia, trabajo 10, 12 horas al día. Y si hablo de política los otros periodistas van a decir por qué no me la han dado a mí.
El público que recibirá sus obras fluctúa entre los 14 y 45 años. Cómo cree que se relacionará con la época en que ocurren sus novelas. Es más bien lejana.
La literatura es siempre actual aunque cuente cosas muy antiguas. El hecho de que las historias no ocurran en esta época sino en el pasado no tiene ninguna importancia.
Me refería a que la gente de mi edad o de la suya se vinculan más con el Perú de “Conversación en La Catedral” o con la “Historia de Mayta”
Habría que preguntarse primero si los de 15 años leen. Esa nueva generación es muy distinta de las anteriores. Me parece que está más cerca de la música que de la literatura. La verdad no lo sé. Creo que hoy día la música les da a muchos jóvenes lo que antes transmitía la pintura, la literatura. Es el signo generacional, pienso que eso comienza en los años 70, en Inglaterra donde la música se convierte en una señal de identidad entre ellos. En la música comulgan, se reencuentran, se conectan por encima de las lenguas, las culturas y las tradiciones. Y esto ha continuado, hay una especie de común denominador que la música les da a las nuevas generaciones.
¿Cuáles serían los libros que le gustarían que prevalecieran sobre los otros?
Pues “Conversación en La Catedral”, “La guerra del fin del mundo” y la novela que voy a escribir, sin duda, ja. Creo que desde el punto de vista psicológico es muy importante para un escritor estar convencido de que su mejor libro todavía está por escribirse.
¿Cuál es el argumento de su próxima novela?
Está inspirada en un personaje histórico, Robert Casement, un irlandés que fue cónsul británico en el Congo, donde vivió 20 años. Estuvo un año y medio en la Amazonía peruana en la época de oro del caucho. Hizo unas denuncias que tuvieron un enorme efecto en Europa y en EE.UU. sobre las atrocidades que se cometieron tanto en el Congo como con los nativos amazónicos. Consiguió que los gobiernos occidentales tomaran posición, sobre todo que la opinión pública se movilizara muchísimo contra estos abusos. Gracias a ello alcanzó una enorme popularidad como gran humanista, gran altruista y defensor de los derechos humanos. Durante la Primera Guerra Mundial fue descubierto contrabandeando armas alemanas para los nacionalistas irlandeses. Esto provocó un escándalo monumental en Inglaterra, él había recibido las más altas condecoraciones del imperio. Interesante, porque él pertenecía a una familia irlandesa pro británica y admiró el colonialismo como un gran movimiento civilizador. Y en el Congo, secretamente, cambió de piel ante los horrores que vio allí. Llegó a la conclusión de que todo era una gran mentira, que el colonialismo era una institución monstruosa que solamente había llevado dolor y explotación. Esto lo hace un personaje tan complejo y tan misterioso.
¿Cuánto tiempo lleva trabajando este proyecto?
Un año, pero todavía estoy en la nebulosa, todavía estoy perdido (ríe).
Estará feliz.
Estaré más feliz cuando vea la luz, todavía no la veo del todo. Pero es una novela que me entusiasma mucho, además me obliga a investigar, a leer, a viajar mucho. Ese trabajo de documentación me estimula enormemente.
Diría que es un escritor realista o…
Realista en el sentido que me gusta simular la realidad en mis novelas, así como a los escritores fantásticos les gusta simular la irrealidad de lo que cuentan. Pero si tú analizas desde adentro la obra literaria, tenga esta una apariencia realista o fantástica, siempre es una invención, una ficción. Digamos que en mi caso hay una especie de prurito de simular la realidad objetiva, ¿no? No he hecho nunca literatura fantástica, me gusta leerla, a Borges, a Poe.
¿El cuento no lo atrapó?
Yo comencé escribiendo cuentos, lo que pasa es que los cuentos se me vuelven novela (ríe). “Pantaleón y las visitadoras” iba a ser un cuento y creció. En muchas de mis novelas utilizo relatos que pueden ser leídos independientemente.
¿Cree que los escritores peruanos están a la par de los de América Latina?
No hay que preocuparse de eso. Es muy malo utilizar la literatura como un pretexto para el patriotismo, es lo peor que podemos hacer. La literatura no es nacional, la verdadera trasciende las fronteras, ¿no? No hay nada más terrible que ser un buen escritor regional, ja, ja. Sí podemos decir, sin asomo de chauvinismo, que la literatura de nuestra lengua tiene hoy día un derecho de ciudad en el mundo que antes no tenía. Había autores aislados, pero hoy se sabe que América Latina, o si quieres la lengua española, quizá es más justo decir eso, produce escritores que pueden ser leídos en cualquier parte y que además no se trata de una cosa casual, ni generacional.
¿Es pesimista pensar que culturalmente no hay recambio en las nuevas generaciones?
Eso no es verdad. Cuando yo era joven los escritores en el Perú se contaban con una mano. Se publicaba mucho menos y era común que los escritores publicaran con su plata. No hemos llegado al ideal, pero el cambio es enorme. Mira, yo no puedo estar al día con los jóvenes que van saliendo y eso que leo mucho, soy un lector voraz. Para mí el placer supremo sigue siendo la lectura.
¿Qué le gusta tanto del teatro?
Es vivir la ficción. Un novelista vive tratando de crear ficciones, de simular la vida y de pronto en el teatro, la vida está ahí, encarnada. En un escenario dejas de ser quien eres y pasas a ser un personaje de ficción. Y durante las dos horas que dura el espectáculo eres una ficción encarnada, que tiene sangre, voz, movimiento. Pero no eres quien eres, sino otro, alguien que fue inventado. Eso es lo maravilloso del teatro. Además es el género que más se acerca a la vida. Tiene ese carácter efímero de la vida. Lo que ocurre en el escenario ocurre de verdad. Y si un actor se equivoca no tiene rectificación posible. No hay dos funciones que sean idénticas. En esas dos horas la ficción se volvió realidad. Para alguien que ha dedicado su vida a inventar historias esa experiencia es impagable, a mí me conmueve muchísimo.
¿Se arrepiente de haber descubierto tarde la faceta de actor?
No, no me arrepiento. Hombre, lo habría hecho antes si hubiera sabido que me iba dar un placer tan inconmensurable como me lo han dado las tres veces que me he montado a un escenario. No te puedes imaginar qué rejuvenecedora y novedosa ha sido esa experiencia para mí.
¿Escribir obras de teatro es igual que escribir novelas?
Para mí es una actividad mucho más modesta
¿Lo considera un género menor?
No, no, no, en absoluto. Cuando escribes una obra de teatro sabes que eres solo una pieza dentro de un mecanismo en el que otras personas —el director, los actores, los técnicos— van a jugar un rol tan o más importante que el tuyo para que esa ficción sea posible. Por eso cuando una obra de teatro es buena ocurre esa experiencia que yo creo que es única. Te deja una sensación de plenitud que ningún otro género te da.
Usted dejó la literatura por la política, en tres palabras qué sacó de esa experiencia. Esta sí es una verdadera obra de teatro, ¿no?
Para un escritor no hay experiencia mala, incluso las más terribles, al final lo enriquecen tremendamente. En segundo lugar, no hay una experiencia más instructiva para conocer un país, para conocer al ser humano y lo que es la política que ser candidato en una campaña electoral. Lo que yo aprendí en esos tres años no fue grato y en muchos sentidos fue deprimente, pero fue enormemente instructivo. Yo tenía una idea de la política que tuve que revisar profundamente después de haberla vivido en las condiciones en las que la viví. Entonces, no me arrepiento en lo absoluto. Ah. No lo volvería a hacer.
¿Ni muerto?
Eso no se puede decir, tú no sabes si hay circunstancias que de pronto te van a empujar a tener una actividad política, eso no se puede descartar en la vida. Pero en principio no lo volvería a hacer. Soy un escritor, no un político. En mí país está funcionando la democracia, que es lo fundamental. Es lo único que a mí me arrancaría de esa decisión, que venga otra vez un golpe de Estado y un dictador, que nuevamente el Perú parezca irse a los infiernos. Tengo la casi seguridad de que el Perú está bien enrumbado, incluso con todas las cosas que puedan ir mal, la orientación es la buena.
¿Siente que la gente le arrancha su tiempo?
¿Cómo te diría? Hay obligaciones sociales que yo he procurado reducir al mínimo, pero siempre quedan algunas que son inevitables y que con los años me cuesta cada vez más trabajo aceptarlas. Me gustaría hacer solo lo que me da la gana, solo lo que me gusta, evitar las cosas que detesto. Pero no siempre se puede, uno forma parte de una sociedad, tampoco puedes jugar al niño malo y malcriado. Por ejemplo, lo que más odio en la vida son los cocteles, nada odio tanto yo, y eso desde chiquito, ¿sabes? Sin embargo, hay veces que tengo que ir. A mí me encanta estar con un grupo de amigos, pero esas reuniones sociales impersonales donde estás horas con la copita en la mano; es que tú no te puedes imaginar la angustia, la desesperación a la que me puede llevar eso. Me dan ganas de tirarme por las ventanas.
¿Le parece que todo es fatuo y sin sentido?
Es una pérdida de tiempo. Yo trabajo mucho y, por ejemplo, me encanta el cine, me gustaría poder ir más. Aunque he reducido al mínimo esto, no puedes eliminarlo totalmente, a no ser que quieras jugar al anacoreta o al hurón y yo no soy eso.
¿Tiene angustia de morir?
Ninguna, por eso es que mantengo siempre mi ritmo de trabajo. Mientras yo trabajo la muerte no existe. Creo que esa debería ser la actitud de los seres humanos frente a la muerte, continuar tu vida muy comprometido con lo que haces. Como si fueras inmortal, de tal manera que la muerte sea un accidente que ocurre. Viene en un momento dado y, bueno, tu vida se interrumpe. Pero hasta el último momento estás ahí, como Sócrates. La historia que cuenta Platón siempre me maravilló, cuando vinieron a que Sócrates tomara la cicuta lo encontraron estudiando persa y siguió haciéndolo hasta el momento en que tuvo que matarse. Espero que la muerte me encuentre con mi libreta y mi lápiz, escribiendo. ¡Maravilloso! Un accidente y ya está, se acabó.
¿Cuando se deprime escribe?
Bueno, me deprimo escribiendo muchas veces. Pero ya sé que si persevero, mi trabajo me saca de la depresión, es el mejor antídoto. Ahora, lo que sí me llega a desmoralizar mucho, por eso procuro no vivirla, es la experiencia de la interrupción que a veces no se puede evitar. En esos días que estoy sin trabajar empiezo a sentir que el orden del mundo se comienza a deshacer, que entro en una especie de anarquía, de behetría. Recuerdo que en el colegio se hablaba de la behetría serrana, que en un momento dado del incario había un período de behetría. Esa palabra me fascinaba. Ya solo de grande descubrí que quería decir anarquía, desorden. Cuando estoy dos o tres días sin trabajar la palabra behetría se me viene a la cabeza y me digo: ¡mi vida se está convirtiendo en una behetría! y eso es peligrosísimo (ríe).
¿Le quita el sueño ganar el Premio Nobel?
Nooo, no me quita el sueño en absoluto.
¿Le molesta estar en la lista cada vez?
Me molesta porque da la impresión de que yo estuviera postulando mi candidatura, cosa que no es verdad. Me molesta mucho también porque tengo amigos que como que me recriminan no haberlo ganado. Tengo una amiga en España que me dice: “¡Pero no es posible, yo ya tengo mi vestido listo para ir a Estocolmo!”. Me hace sentir mal, ¿sabes?, me hace sentir en falta. Yo le respondo: “¡Pero qué quieres que haga, échale naftalina!”, ja, ja. Si viene, bienvenido, no he rechazado ningún premio. Pero —digamos— un escritor no puede vivir en función del Premio Nobel, porque es malo para el estilo, este se empobrece muchísimo y su literatura se estropea. No te voy a citar ejemplos, pero hay bastantes.
El Comercio. Lunes 2 de febrero del 2009.